Entre clases

En la universidad me tocó una profesora de esas que se miran de lejitos y volteas la mirada para que no te vea de vuelta. De esas que se rumorea en los pasillos que su maldad es inversamente por proporcional con su tamaño (Nunca son muy altas) y que, si no eres un crack en la materia ni sueñes con pasar. Lo cierto es que estaba escrito su nombre en mi horario y al principio no creí que fuese tan mala. Me equivoqué (Y no a la vez, pero eso para más adelante), el primer día nos dejo claro las reglas del juego, y la primera fue: Esto no es un juego. Soy de poco impresionar y esto solo me dio más determinación de ser una de las mejores sino la mejor en su clase.

Dibujo hecho por mi de la profesora. :)

Dibujo hecho por mi de la profesora. 🙂

Secretamente creo que lo hizo para asustarnos porque a la siguiente clase llegó más tranquila.

Ella es como una fiera. Intimidante, sin escrúpulo alguno de destrozarte frente a una clase por demostrar la verdad. Me encanta.

Tal vez porque yo tengo un toque de acidez en mis venas, no lo sé con certeza, pero cada vez espero con ansias sus clases, su fiereza me inspira, y por eso, hoy, escribí este post.

Creo firmemente que esos profesores son los que te dejan huella, o por lo menos a mi. Nunca he recordado una maestra amable. Mis compañeros creen que estoy medio loca porque tenemos empatía y más si supieran que escribí sobre ella, pero ahh, ya soy rara, ¿que importa?

Un aplauso para esos profesores que su pasión es más grande su amabilidad.

Un aplauso para esos profesores que te inspiran a ser mejores.

Un aplauso.

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